El pianista mexicano Daniel Vadillo tomó una gran decisión al titular su primer disco Sin Lugar. Como indica el nombre, la música que se escucha pertenece a todas partes y, por lo tanto, a ninguna. Pero esta ambigüedad no se traduce en una falta de identidad; todo lo contrario. Daniel nos muestra cómo es posible crear figuras con contornos flexibles; cómo es posible traspasar fronteras y cómo los centros donde se apoyan nuestros referentes, nuestras consignas, nuestros gustos, nuestros recuerdos y dolores son inevitablemente móviles. Desaparecen y se vuelven a configurar durante el transcurso de nuestras vidas.
Uno de los centros de Daniel es el piano. Pero este centro puede moverse a múltiples latitudes. Daniel nos muestra cómo en tiempo real —el tiempo de la improvisación— es posible construir una tradición pianística propia que oscile entre el jazz contemporáneo, la música cubana, la particular aproximación mexicana al bolero, la música brasileña y el rock y el pop de nuestros días. La música se vuelve un crisol de referentes, una remezcla, en el mejor sentido de la palabra, que conjuga a Bill Evans, Chick Corea, Aaron Parks y Jason Moran; Avishai Cohen y Esbjörn Svensson; Chucho Valdés, Paquito de Rivera, Egberto Gismonti y Hermeto Pascoal; Los Panchos, Consuelo Velázquez, los Beatles y Radiohead. El otro centro de Daniel es el trío: una alineación, una figura geométrica que, en sí misma, es el reflejo de un núcleo, un referente claro y concreto que se reacomoda y reconfigura a cada nota. Una unidad conformada por los lazos históricos entre el piano, el contrabajo y la batería, que les permiten a los músicos anclarse en el presente de la improvisación mientras abrevan del pasado y apuntan hacia el futuro. Bien dicen que el presente condensa todos los tiempos y, por ende, ninguno. El presente es ese otro Sin Lugar que Daniel visita constantemente mediante la composición y la improvisación.
Pero, como ya hemos dicho, la música de Daniel se caracteriza por los centros móviles y, en este disco, el trío no es la excepción. El núcleo conformado por Daniel junto con Aarón Cruz en el bajo, e Hiram Griss en la batería, se condensa o se extiende en cada pieza. En Covid-19 (hablando del presente), la pieza que abre el disco, la música del trío se extiende en los últimos minutos gracias a los armónicos vocales de Daniel Torres. En Historia de un amor, la banda trae al presente los sonidos de la nostalgia junto con Jenny Beaujean. En Corazón pasión, Jaqueca, Voyage y Bésame mucho, Daniel decide que, en lugar de la voz humana, ahora será la voz de los alientos (a cargo de Diego Franco, Alan Fajardo y Manuel Huizar) la que ayudará al trío a navegar entre fronteras. Sólo en Jurerê escuchamos al núcleo esencial del disco sin otros acompañantes, pero esa pieza es suficiente para entender cómo la sinergia entre Daniel, Aarón e Hiram conforma una identidad que no se pierde si se le suma elementos adicionales.
Falta mencionar la pieza que le da nombre al disco: Sin Lugar. En ella, la voz de Beaujean también acompaña al trío delineando los contornos de una melodía que evoca, al mismo tiempo, la soledad y la esperanza del encuentro. Esta pieza sintetiza muy bien la música de Daniel. Para describirla, mejor recurrir a una imagen que a más palabras: un papalote cuyas varas conforman un centro, flotando en el cielo —un sin lugar— y al que la inspiración del viento puede llevar a encontrarse con personas diferentes y con muchos rincones del mundo. La música de Daniel es un viaje perpetuo a un Sin Lugar.

Daniel Quintanilla Castro